- El programa venezolano de conservación del águila harpía (Harpia harpyja), liderado por Alexander Blanco, ha permitido el rescate y rehabilitación de más de 25 aves desde los años ochenta. La especie está clasificada como Vulnerable a la extinción en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
- En entrevista con Mongabay Latam, Alexander Blanco describe un fenómeno que ha observado en los últimos tres años, particularmente en 2023: debido a la sequía las crías de las águilas harpía están dejando el nido más rápido al haber mayor disponibilidad de presas.
El águila harpía (Harpia harpyja) está clasificada como Vulnerable de extinción en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). No obstante, en Venezuela esta ave tiene esperanzas de que su población aumente en los próximos años como una consecuencia indirecta de la sequía que vive la Amazonía en aquel país.
El director del programa nacional de conservación del águila harpía en Venezuela, Alexander Blanco, explica que en los últimos años, en los que se ha registrado fuertes sequías en la región de la Amazonía venezolana —como ha documentado el estudio de Mapbiomas sobre reducción de superficie acuática durante la última década— se ha observado que la especie está pasando más rápido a su etapa adulta.
“Hay animales que a los tres meses ya están haciendo sus primeros vuelos, abandonando el nido. Porque los padres les dan mucho alimento en etapa temprana. Luego les dan menos para que salgan a cazar y aprendan las habilidades naturales para sobrevivir”, explica Blanco, especialista en biología de la conservación y manejo de vida silvestre y quien en 2017 obtuvo el premio Whitley, por su labor con las águilas harpías.
La población de individuos maduros de esta ave cazadora o rapaz se estima entre 100 000 a 250 000, según la Lista Roja de la UICN. Y aunque el rápido desarrollo del águila podría traer una posibilidad de que aumente su población en Venezuela, en entrevista con Mongabay Latam, Blanco explica que la especie aún está amenazada por la minería y la deforestación causada por la expansión agropecuaria.
—¿Qué está causando los cambios en las poblaciones de las águilas harpías en Venezuela?
—La sequía, posiblemente relacionada con el Fenómeno de El Niño y el cambio climático. En épocas que eran de lluvia o invierno, vemos una fuerte sequía y eso está causando que los animales nazcan fuera de la época normal de nacimiento y los individuos se están desarrollando de forma más rápida para poder sobrevivir en la naturaleza. Es una tendencia acentuada este año, pero viene desde más de tres años.
—¿Es una alteración del clima que tiene consecuencias positivas?
—Al menos sí para el águila harpía. Es parte de la adaptabilidad de las especies a la dinámica del clima. Las especies aprovechan al máximo la época de verano para poder comer los frutos y los predadores, como el águila, para alimentarse de sus presas.
—¿Y por qué hay mayor disponibilidad de las presas del águila harpía?
—Las transiciones de sequía y lluvias esporádicas también ha alterado en la disponibilidad y crecimiento de los frutos de los que se alimentan estas especies que son presas del águila. En algunos casos hay floración y mayor disponibilidad de frutos en varios periodos (fuera de las temporadas normales) del año más que en otros periodos, cuando en promedio la carga de frutos silvestre era de máximo dos periodos al año. Entonces, los animales buscan el alimento debajo de los árboles.
—¿Qué otros cambios se han observado?
—Algunas de las presas de la harpía son nocturnas. No es que ahora estén visibles de día completamente, pero sí en horas crepusculares. Por ejemplo, el roedor lapa (Cuniculus paca), el cachicamo (Dasypus novemcinctus), los puercoespines (Coendou prehensilis) o los perezosos (Bradypus variegatus). Algunos eran muy difíciles de ver. Las águilas harpías lo aprovechan.
—¿Qué beneficios genera esa mayor disponibilidad de presas?
—Los padres le están dando mucho más alimento a las crías, lo que permite que su desarrollo sea más rápido. Son animales que a los tres meses ya están haciendo sus primeros vuelos, abandonando el nido, porque los padres les dan mucho alimento en etapa temprana, luego les dan menos, lo que obliga que salgan a cazar y aprender las habilidades naturales como volar y cazar para sobrevivir. Eso puede ayudar a que aumenten las cifras de población de la especie.
—¿Cómo es ahora su periodo de incubación y desarrollo?
—Los polluelos están naciendo en un periodo de incubación más corto. El crecimiento y desarrollo es mucho más rápido, pudiendo salir del nido a los tres meses de edad, mientras que el promedio general antes era, mínimo, seis meses.
—¿En qué zonas de Venezuela se enfoca el programa nacional de conservación del águila harpía?
—Por ser un programa nacional, nuestro trabajo de monitoreo se realiza en todo Venezuela, pero nos hemos concentrado en el sur, en el estado de Bolívar, sobre todo en la reserva forestal de Imataca, un área protegida declarada por el Estado que va desde la zona en disputa del Esequibo y termina en el Delta del Orinoco, son ecosistemas con influencia amazónica. Es uno de los lugares donde hay mayor densidad en la distribución poblacional de la especie.
En Venezuela hay aproximadamente unas 1500 parejas de harpías, somos uno de los países con más individuos.
—¿En qué países se puede encontrar el águila harpía?
—La distribución histórica va desde el sur de México hasta el norte de Argentina. En Venezuela, está principalmente al norte del Orinoco, en los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Monagas, Delta Amacuro, Sierra de Perijá y Sierra de Falcón. Al sur de Venezuela, principalmente en los estados Bolívar y Amazonas, allí están las mayores poblaciones. Vive en el bosque húmedo tropical lluvioso, en sitios con una altitud máxima de 1200 metros sobre el nivel del mar.
—¿Cuáles son las principales amenazas contra esta especie?
—En nuestro foco de trabajo actual, la Reserva Forestal Imataca. Esta área protegida ha sufrido la situación irregular del Arco Minero del Orinoco, la explotación de oro, bauxita y la de madera, también la transformación de zonas con fines agropecuarios. Estas son sus principales amenazas.
La reserva Imataca está en lo que el mismo gobierno ha designado como área prioritaria del Arco Minero. Hay zonas que han sido intervenidas de manera drástica. Hay contaminación con el mercurio que afecta, principalmente, al río Grande y sus afluentes que luego caen el Orinoco y este al Delta del Orinoco, para finalmente desembocar en el océano Atlántico, por lo que también afecta a los peces.
Estas actividades humanas han generado degradación del bosque, lo que ha hecho que el águila se aleje de algunas zonas donde naturalmente tenía presencia. Cuando se tumba el bosque, se pierde la fauna de la que el águila se alimenta, así como esas especies ya no tienen la flora que comían. Se afecta todo el hábitat y el ecosistema.
También hay algunos casos de tráfico ilegal del águila para su envío a coleccionistas en el exterior. Hemos recuperado algunas especies que iban a ser enviadas. También la actividad agrícola y de ganadería ha traído deforestación que afecta a la especie y su hábitat.
—¿Con cuántas águilas han realizado su labor?
—Hemos rescatado y rehabilitado más de 25 águilas en algo más de 30 años. Las únicas ubicadas en zoológicos son las que no tenían garantía de supervivencia si regresaban a su hábitat. Por ejemplo, rastreamos un águila que marcamos hace más de 25 años.
Hemos marcado con rastreadores más de 35 águilas, pero en total hemos hecho labores con más de 70 individuos en todos estos años.
—¿Qué dice la presencia del águila sobre un ecosistema?
—Es una especie centinela, es decir, indicadora de la salud de un ecosistema. Cuando está presente se puede saber que hay una estabilidad en la cadena trófica, ya que si hay águila deben haber otros animales que pueda depredar, así como una buena flora que permita a esas especies alimentarse. Si el águila se encuentra en un lugar, quiere decir que hay una estabilidad mínima en este sitio.
—¿Cómo se comporta el águila?
—Es un animal solitario. No se sabe si el macho o la hembra son los que se posesionan de un territorio; se juntan en un territorio que es exclusivo de esa pareja de por vida. La hembra dobla al macho en tamaño. Pesa nueve kilos, el macho de cuatro a cinco kilos. La hembra mide más de 100 centímetros, los machos un poco menos, 90 a 92.
La hembra construye el nido con el material que le lleva el macho. Si a ella le gusta el material que lleva, se pone en posición para la cópula. Si no le gusta el macho, lo saca del nido. Son monógamos toda la vida, se quedan con la pareja que escogieron.
—¿De qué se alimenta?
—Es una depredadora o rapaz. Come exclusivamente carne de los animales que caza, no es carroñera. Se alimenta de monos aulladores (Alouatta), monos capuchinos (Cebus capucinus), osos perezosos (Bradypus variegatus), monos en general; guacamayas (Ara), loros (Psittacoidea), con las modificaciones de los ecosistemas hemos visto que ahora come cachicamo o armadillos (Dasypus novemcinctus) y el roedor la lapa (Cuniculus paca).
Empiezan a cazar a eso del año y medio de edad, pero los padres les siguen llevando comida hasta los tres años. A los cinco años se va a buscar su propio hábitat y su pareja. Son animales que viven aproximadamente 40 años en vida silvestre, en cautiverio hasta 50, son muy longevos. Hay águilas que marcamos hace 25 años, de las que ahora estamos rastreando a sus hijos.
—¿Alguna especie depreda al águila?
—No, es como el jaguar, son quizás los máximos depredadores de los bosques de Latinoamérica.
—¿Cómo nació el programa nacional de conservación del águila harpía?
—En los años ochenta fue iniciado por el doctor Eduardo Álvarez, que hizo los primeros estudios de esta ave en Venezuela y Panamá. Yo trabajaba en un zoológico y me cautivó el águila. En los noventa, me encargo del programa dándole continuidad al proyecto junto con distintos profesionales. Es uno de los programas más antiguos y nuestro trabajo ha servido de base para los realizados en otros países.
—¿Qué otras tareas tiene el programa?
—Hemos trabajado con más de 200 personas. La formación a las comunidades respecto a la deforestación, para incentivar usos sostenibles del bosque y reducir los factores antropogénicos de presión sobre el bosque, la educación a guardianes del águila harpía, una especie de protectores o aliados ambientales. No es posible salvar el águila sin la participación de las comunidades. Ningún trabajo de conservación puede tener éxito sin esta. También tenemos iniciativas de turismo sostenible para que las personas conozcan el águila.
Hemos formado niños y jóvenes, las comunidades han empezado a interiorizar la importancia del águila. La situación ha mejorado, por ejemplo, hoy ya no hay cacería del águila en la reserva de Imataca.
Con el apoyo que les damos, las comunidades han pasado a tener sistemas de cultivo y ganadería más sostenibles, a cultivar el cacao, el café y otros productos más amigables con el bosque. También hay siembra de tubérculos como yuca, batata, y maní. Y de frutos con menos uso de agroquímicos como la papaya y el melón.
—¿Han tenido apoyo del Estado?
—No han tenido la iniciativa, ni han apoyado al programa de conservación. Gracias a la voluntad propia de quienes iniciaron el proyecto, el doctor Eduardo y yo que le di continuidad, así creamos la Fundación Esfera que le da el respaldo legal a nuestro trabajo. Nos han apoyado organizaciones internacionales y las comunidades han podido desarrollar su propio sustento con los proyectos productivos.
—¿Cómo es hacer ciencia y trabajos de conservación en medio de la situación de Venezuela?
—Es complicado por la situación económica y política del país. Como nuestro programa fue pionero a nivel regional, eso ha ayudado a que otras organizaciones nos apoyen. Tenemos un compromiso con la conservación del águila harpía.
*Imagen principal: Polluelo de águila harpía en su nido. Foto: Alexander Blanco