Por Josefina Stubbs y David Lewis
– Ahora que pasó la cumbre de Hábitat III, vemos con mayor claridad cómo transformar nuestras ciudades en ambientes inclusivos, seguros y más productivos y contamos con una hoja de ruta concreta para lograrlo.
La Tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre vivienda y desarrollo urbano sostenible (Hábitat III) tuvo lugar en la capital de Ecuador del 17 al 20 de octubre.
La Nueva Agenda Urbana surgió en un momento oportuno. La urbanización se acelera, en particular en las naciones en desarrollo, donde se espera que la población urbana se duplique para 2050.
Tan solo en Asia meridional, esta aumentó en 130 millones de personas entre 2001 y 2011, según el último estudio del Banco Mundial. Además, se proyecta otro incremento de 250 millones de personas para 2030.
Los citadinos necesitan un acceso más equitativo a los servicios básicos como agua, saneamiento, vivienda, así como atención médica cercana y barrios más verdes y seguros.
No podemos reducir la pobreza sin invertir en el mejoramiento de asentamientos tanto formales como informales. En Asia meridional, hay 130 millones de personas viviendo en tugurios, y probablemente sean más con el ritmo actual de la urbanización
Pero para impulsar un cambio duradero y la prosperidad para todos, las inversiones en las ciudades van de la mano de una gran transformación de las zonas rurales para que estén a la par, sino más atractivas que las ciudades.
El crecimiento exponencial de las ciudades obedece en gran parte al resultado de la creciente brecha entre la realidad urbana y la rural, donde la falta endémica de servicios básicos y oportunidades de empleo expulsan a la población rural hacia los centros urbanos. En el apuro por hacer frente a los desafíos de la urbanización, no podemos perder de vista el medio rural.
Las comunidades rurales ya no están aisladas del resto del mundo. Los sectores más jóvenes tienen todos teléfonos móviles inteligentes y una conexión a Internet; saben que hay lugares donde hay mejores servicios, mejores empleos y una vida mejor que la que puedan tener en su medio.
Los hombres y las mujeres se van de las zonas rurales en grandes cantidades dejando a las comunidades que deberían fortalecer y estructurar y abandonan a sus amigos, sus familias y su cultura.
Emigran a las grandes ciudades en busca de trabajo y de un futuro mejor, pero sin educación formal ni calificación, muchos quedan al margen de la sociedad a la aspiran pertenecer.
El éxodo de los jóvenes pone en riesgo el tejido social de las comunidades rurales y exacerba los problemas que busca atender la Nueva Agenda Urbana: vivienda precaria e insalubre, falta de trabajo e inseguridad y hacinamiento.
Las personas emigran cuando las opciones en su localidad son limitadas. Pero si se invierte en su capacitación, en el desarrollo de negocios rurales, en asistencia técnica y se les ofrece apoyo económico, conectividad, buenos caminos, servicios de salud, electricidad, se amplían sus opciones y se reduce la presión sobre los centros urbanos.
Hemos visto que eso pasa en países donde la creación de una red de universidades descentralizadas eleva el número de jóvenes formados y capacitados en las comunidades rurales y cómo contribuyen a transformar centros rurales abandonados en pueblos animados.
Y también observamos cómo en comunidades donde la realización de pequeñas inversiones para el desarrollo de negocios y el acceso a servicios financieros permitió que algunos empresarios rurales comenzaran actividades económicas viables y generaran ingresos para sus familias, empleos para los vecinos y servicios para sus comunidades.
Hay otra razón por la que las áreas rurales prósperas son fundamentales para la prosperidad de los centros urbanos.
Los pequeños agricultores y pescadores son los principales productores de alimentos en la mayoría de los países en desarrollo. En Asia, África y el Caribe, producen hasta 90 por ciento de lo que comen diariamente las poblaciones locales.
Con el crecimiento de la población mundial, se necesitará aumentar la cantidad y la calidad de los alimentos producidos por las comunidades rurales.
Los alimentos frescos tendrán que llegar más rápido a los mercados y en mejores condiciones, y los agricultores tendrán que pagar precios más justos para poder invertir para mejorar sus productos, preservar el ambiente y construir resiliencia para hacer frente a la variabilidad del clima.
Las comunidades rurales y urbanas tienen una gran interdependencia para lograr un crecimiento sostenible. Vivimos en un mundo interconectado, pero donde las desigualdades entre personas, regiones y países expulsan a un número creciente de personas de sus comunidades de origen con destino a las ciudades en busca de una vida mejor.
Al mejorar las condiciones de vida de las poblaciones rurales pobres y darles oportunidades de crecimiento, podremos reducir la presión sobre las grandes metrópolis y crear sociedades más equilibradas y prósperas.
Josefina Stubbs es candidata a presidir el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida), donde fue vicepresidenta adjunta para Estrategia y Conocimiento entre 2014 y 2016.
David Lewis es profesor de Desarrollo y Políticas Sociales en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres.
Traducido por Verónica Firme
Publicado por IPS